lunes, 19 de mayo de 2014

The Fuzztones.






Un pensamiento me da escalofríos. A veces asisto a conciertos de grupos que peinan canas. Son viejas glorias siempre en activo. Parafraseando el dicho, hago mío eso de que los músicos nunca mueren (sean o no rockeros). A los hechos me remito a menudo cuando veo casos como The Fuzztones. Recalaron en Zaragoza y tocaron en el Centro Cívico Delicias, un recinto a modo de rotonda cultural que ha visto pasar el tiempo de formas diversas. Lo importante es que sigue siendo un punto de encuentro para nuestras almas. 

Precedidos por cuatro grupos teloneros, acabaron por dar un golpe encima de la mesa, que aún resuena en Nueva York. Entonces, cuando el paroxismo me sublima y el cerebro piensa delicuescentemente, la gota fría del placer extremo (ese que te pone a prueba) me hace pensar cómo sería asistir a un concierto de este grupo en el momento de máxima exultación energética de su carrera. Pensemos en sus años jóvenes y en el momento y lugar crítico, aquel que forja la leyenda.

Esto lo aplico a unos cuantos grupos musicales que veo en directo a lo largo de mi vida y cuyas edades suman cientos y cientos de años a la postre. The Fuzztones me transportó a su día y hora señalados en un Occidente convulso a su manera y que dejó huella en latitudes rockeras de diversa índole; en el caso que nos atañe, un rock garajero de gran calibre. Por ellos, por esos grupos que salen al escenario aún con silla para sentarse si hace falta, brindo con la juventud que tengo. Propia ella del alma como la de estos artistas que siguen en la brecha. Los motivos pueden ser diversos si los hay, pero en la atmósfera subyace la pasión por la música que se lleva dentro.

Resuena todavía un acorde eléctrico y me da la sensación de que seguiremos oyendo el eco de este grupo, y otros tantos, en nuestros oídos. Por suerte eso sí, a pesar de las canas.