domingo, 29 de enero de 2012

Bares... ¡Qué lugares!


Recientemente hemos despedido a uno de los locales musicales más emblemáticos de Zaragoza, la Estación del Silencio. Cualquier loa o agradecimiento que salga de mí, está de más ante lo que ha supuesto este sitio para la cultura aragonesa.

Sin embargo me inclino a una reflexión: el cambio tan ominoso que están experimentando los bares musicales de esta ciudad. Antes, estos sitios de encuentro, suponían el acicate agitador de la cultura de la urbe. Artistas, intelectuales y gente de toda ralea, se mezclaban en un crisol de enriquecimiento mutuo que hoy se da cada vez menos. No eran simples dispensadores de alcohol, allí cundía el tacto humano, el calor de una conversación o la mirada cómplice que te dice que no estás solo.

De un tiempo a esta parte la situación ha cambiado. Pocos sitios quedan así. Ciertamente, todavía se prodiga la música en directo en algunos bares. Y eso hace mucho, pues este arte es el lenguaje universal y forma con ello un nexo de unión paroxístico para la sensibilidad.

Ahora bien, en una ciudad eminentemente comercial, sin relevos generacionales artísticos musicales, la desaparición de locales como la Estación, entristece las almas cálidas de la cultura aragonesa.

En una época en la que vivimos bajo el imperio del Vellocino de Oro, hay que clamar por el Arte y la cultura. Éstos son el alimento contra la alineación del Ser Humano. Por eso es ahora, en tiempos tan delicados, cuando debería surgir el auténtico artista, la unión cultural como savia de la persona. No abogo por creadores mistagogos, pero tampoco por productos exclusivos para su venta, sin otro propósito que el de vender. Para mí, como artista que soy, creo que toda obra se sustenta en dos pilares básicos: mensaje y sensibilidad. Y ahora que las cosas están mal, sobre todo para el Arte subvencionado estatalmente, conviene mirarse adentro y sacar lo mejor de cada uno. Si eso sucede, volverá a crearse esa mentalidad colectiva de agitación cultural. Y de esta manera, al unirse frente a un buen ron y con buena música, a la postre alimentará la necesidad de abrir “garitos” como la Estación del Silencio.

Me dicen que los padres de la extinta criatura, emprenden nuevas hazañas similares por tierras mejicanas. Ellos han calado hondo en nuestra ciudad. Ahora otros lares puede que supongan un buen caldo de cultivo. ¡Suerte!


No hay comentarios:

Publicar un comentario