miércoles, 13 de abril de 2011

Los ochenta.



Los escaparates me atraen. Sobre todo los maniquíes. Son como humanos con la belleza prefabricada. De lejos algunos parecen personas de carne y hueso. El otro día pasé delante de un escaparate y me cautivó la disposición de dos simples cabezas. Hubiesen sido simples trozos inertes al servicio de un reclamo, pero el conjunto que se veía desde la calle, me hizo pensar en la estética de los años ochenta.

Eran dos bustos colocados en el suelo. Con las miradas perdidas, uno de ellos intentaba atravesar el cristal del escaparate. El otro estaba orientado hacia el interior, quizás hacia una pared. El cristal estaba decorado con bandas translúcidas adhesivas. Ese detalle me recordó a la estética de los años ochenta. La efervescencia del tecno propugnaba una impronta electrónica y futurista. Todo eran líneas y curvas, jugando con espacios variopintos aderezados de todo tipo de gamas de colores. Los rostros de las cabezas que vi a través del cristal, podrían haber ilustrado la portada de un disco de Heaven 17, Eurythmics o cualquier otra formación musical de la época.

Como se suele decir, las modas son cíclicas. Todo vuelve. Y en este caso, los ochenta dejaron una huella bastante firme. Su estética aún se imita, tanto en los peinados como en la música. Desconozco si los responsables del comercio que poseía esas cabezas, habrían imitado deliberadamente esta década. Tengo mis dudas, sobre todo viendo como estaba el local por dentro. Sin embargo, esa disposición de los objetos, mi punto de vista, y seguramente, un poco de suerte, han creado esta apreciación personal. El azar, aderezado con un poco de subjetivismo, puede propiciar obras de arte. Claro que hay que buscarlo, y en mi caso, siempre hay que tener la cámara preparada… aunque sea la del teléfono móvil.


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